El Fiscal. Diario de Sevilla.
LOS JIRONES DE DIOS
Majestad imperturbable la de este Gran Poder con la camisa y la túnica hechas jirones. Todo lo vence, todo lo puede, todo lo resiste. Más humano que nunca, tan divino como siempre. "El Señor todo lo perdona y todo lo ha perdonado ya".
La voz de Camilo Olivares, Don Camilo, en la madrugada de alfileres en el corazón, es el mejor pie de foto para este Señor que resiste los primeros planos, que se alza entre la angustia, que da la lección del padre herido que se mantiene en pie y sigue cuidando de la prole a la espera de que los vencejos vengan esta vez, no sólo a sacarle las espinas de su corona, sino a curarle las heridas del cuerpo ultrajado.
Con la ropa hecha jirones como un niño más del barrio después de jugar toda la tarde a empotrar una y otra vez la pelota en los muros de la parroquia y hartarse de pedir vasos de agua en El Sardinero. Con la camisa inmaculada abierta, a pecho semidescubierto, como sacado de un Dos de Mayo de Goya.
Con la dignidad intacta en la mejor escenificación de la parábola de la segunda mejilla. Este Dios es tan nuestro, es tan como nosotros, que desde el pasado domingo lo es aún más si cabe. ¿No van a verle a su casa a diario los enfermos, los tullidos, los sin techo, los que se creen dejados de su mano, los que nada esperan y los que aún lo esperan todo?
Este Dios golpeado y zarandeado es el que está en las mesillas de noche de las alcobas y viaja en los taxis con su cara de plata anudada a los retrovisores, el de los calendarios de los puestos de las plazas de abastos y el de los marcos dorados de las peluquerías, el de los azulejos de las casas con patio del centro y el que preside los salones de los pisos de los barrios, el que acoge cada oración de Padrenuestro que le habla de tú y también cada plegaria de ojos bajos que no le aguantan la mirada y le hablan de usted cada viernes del año, el que tiene oro persa en su túnica y serpientes en su corona, el caminante que hace camino cada Madrugada en la senda abierta por Lacaves con música de canastos golpeados, el que tiene la cara de los años veinte y es el Dios de tus abuelos, el que resiste la túnica blanca, la bordada, la sin bordar y la bata blanca de su hospital improvisado en el tesoro litúrgico, el que porta la cruz y entrelaza sus manos como alas de paloma así que se alzan las ramas y palmas que anuncian su besamanos, el que oye la angustia desgarrada del joven que se interpone entre sus últimos nazarenos a su paso por San Vicente ("¡Sácame de la droga, tú que puedes!"), el que es seguido por el tramo de las madres de abril sin más insignias que la fe, aquel al que un pregonero prometió plegarias "aunque fuera un tronco seco, oscuro y podrido" y otro pregonero convirtió su silueta en la verdadera heráldica de la ciudad.
Este Dios que es mío, tuyo, de tu gente y tus antepasados, de tus amigos y de tus menos amigos, de tus conocidos y de los anónimos que te cruzas a diario por la calle, que perdona al minuto y que se muestra pedagógicamente soberbio en la caída, apareció la noche del domingo más que nunca como uno de nosotros. Dios se cae y se levanta en San Lorenzo. Conserva toda su majestad de amanecida de Viernes Santo. Escrito está que el Dios de los pucheros en Sevilla se llama Gran Poder. Nada le es ajeno. Contemplado en la madrugada más dura de su historia es una metáfora perfecta de la sociedad en crisis en la que nos ha tocado vivir. Viéndolo tras la afrenta sufrida en su dignísima plenitud (In manu ejus potestas et imperium), la misma ciudad puede reinterpretar el Evangelio de Mateo al sevillano modo, revestirse de centurión del Cerro y exclamar: "Verdaderamente éste era el Gran Poder".
Publicado el viernes 25 de junio de 2010.
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